La muestra


Carla decidió presentarse en un concurso de fotógrafos noveles. El premio era la posibilidad de participar en una muestra colectiva.
Estaba contenta. Hacía un par de años que sabía que tenía que cambiar de carrera, lo suyo no eran las leyes y ésta, era su oportunidad.
Fue al Centro Cultural y retiró las bases. Fotos de extraños, leyó. Tenía treinta días.

Carla se lanzó a buscar fotos de gente desconocida, en situaciones que, por algún motivo, llamaran su atención. Le gustaba pensar en la intimidad de un momento; de atrapar en segundos, un instante que definiera la vida de alguien.
Ser testigo y cómplice, al mismo tiempo, de un momento real en la vida del otro.

Salió a la calle a encontrar historias. Caminó. Eligió plazas, buscando cuentos de niños. Se metió por pasajes y diagonales, encontró parejas o amantes que prefirieran esconderse.
Subió calles arriba, llegó a Libertador y caminó hasta el Planetario.
No iba desde pequeña, y se dijo que si había un momento para mirar las estrellas y pedir un deseo, era ese.
Entró y encontró la primera foto: vió dos chicos corriendo por las rampas, se reían a carcajadas y le contagiaron las ganas de reírse por un rato. Se perseguían, se escondían, se divertían mucho, Carla apretaba el disparador todo el tiempo.
Se relajó y entró a mirar las estrellas un rato. Después, siguió viaje.

Durante esos treinta días, sacó muchas fotos; encontró un hombre hablando con un gato en un callejón, sentado en la vereda, una chica mirando colgada por la ventana de un tren; un anciano leyendo un libro con una lupa enorme en el subte y un portero baldeando la vereda, mojándose.
Otra mañana salió un poco mas tarde, hacía frío. Necesitaba un poco de sol, se fijó en una madre haciéndole muecas a un bebé, a través de un plástico que lo protegía y en una pareja apretujada en la esquina del vagón del subte.
Del mismo modo le llamó la atención, la mirada intimidante de un policía, que dirigía el transito, mirando la minifalda de una chica que cruzaba la calle apurada.

Descartó fotos de una mujer de cuarenta maquillándose en la ventana de una planta baja; otra de un paseador jugando con sus perros y una adolescente dark sentada al lado de dos señoras paquetas, en el banco de una plaza.

La noche anterior a llevar el material, Carla abrió una botella de vino, y empezó a hacer las copias definitivas, sabiendo que era un momento trascendental.
La situación la angustiaba. Sentía que cada decisión que tomara tenía peso y no podía ser al azar.

Mientras esperaba que las fotos aparecieran, pensó en ese momento de su vida,
y la vorágine que había vivido el último mes.
Tenía 35 años y un nuevo desafío. Empezar de cero.
Carla siempre había tenido la actitud de llevarse la vida por delante, pero esta vez su condición era otra. Estaba muy asustada y tenía terror al rechazo.
Temía que le dijeran que no servían y perder lo que ella creía un puntapié en una nueva carrera profesional.
Nunca había experimentado, esta sensación en el cuerpo antes, transpiraba frío, tenía taquicardia, le temblaban las manos.
Pensó que tal vez, en otro momento no le habría importado tanto.


Al otro día presentó las fotos, miró el sobre, y decidió jugar su ficha. Mandó seis fotos y esperó.
Volvió a su vida cotidiana, estudio, gimnasio, taller, amigos, trataba de pasar el tiempo, pero miraba la cámara y pensaba si realmente era esta era la puerta que tenía que abrir.


Tres meses mas tarde, la carta llegó, estaba sola en su casa, yendo al estudio,
celular en mano y llaves en la otra cuando el portero de su casa le entregó el sobre.
Era del Centro Cultural. Se lo llevó y se encerró en auto.
Lo miró pensando que nadie agradece la participación en un concurso por correo.
Abrió el sobre. Lo leyó varias veces. Pero cuando lo leyó en voz alta se emocionó.
Era finalista y cinco de sus fotos se exhibirían en la muestra.


La noche de la inauguración, Carla estaba en su casa, mirándose al espejo con un vestido negro y unos zapatos de taco, se maquillaba y corría por toda su casa buscando cosas: labial, perfume, foulard, estaba casi lista.

Se volvió a mirar. Se miró de arriba abajo hasta encontrarse los ojos y se emocionó: esa noche cambiaba algo en su vida: una nueva apuesta, un nuevo desafío.
Otra puerta.


Laura Antebi

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