El acacial
Calle de arena, una tranquera y un cartel que dice "el acacial". Muchas acacias, un camino angosto con la huella marcada, termina donde hay una casa blanca anclada en un médano.
Era el cumpleaños de un amigo de Menchu y Gri, anfitriones de la reunión. Ella había cocinado pollo y arroz con una salsa de champiñón exquisita. El Menchu nos sugirió comer despacio porque las raciones que había no eran abundantes. Dijo "es una buena forma de engañar al estómago, sobretodo en el invierno cuando las provisiones escasean".
Éramos ocho sentados en banquetas alrededor de una mesa rectangular de madera oscura, los platos eran rústicos con dibujos de pececitos, hechos por Gri. Una vez que nos servimos le dieron la cacerola con la comida al hijo menor y a sus cuatro amigos (estaban pasando ahí parte de sus vacaciones). Se sentaron en una mesa ratona cerca de nosotros.
Afuera no había viento, el cielo oscuro y estrellado. Se escuchaba el sonido del mar, estaba tan solo a
El punk
Un día soleado y ventoso. Una playa ancha y vacía. Cada tanto una sombrilla, alguna familia o pareja. El mar, la arena, los tamariscos enmarcaban el paisaje. A lo lejos se veía el centro, las playas pobladas. Allá los sonidos eran otros, acá solo se escuchaba las olas, el viento y alguna gaviota.
Muy flaco, alto, despeinado, con anteojos, sesenta y pico de años, una malla antigua y una camisa desabrochada, el viento la hacía flamear. Ahí estaba, su caminar parecía el de un león enjaulado.
Caminaba por la orilla del mar, juntando caracoles, tirando algunos a lo lejos. Por momentos se detenía, a veces miraba al horizonte otras veces al suelo. Las olas iban y venían, la arena aparecía y desaparecía.
El día anterior se había sumado a la ronda de mate, era amigo del dueño de uno de los campings que están detrás de los médanos. Llegó, se presentó y en instantes empezó a contar una anécdota disparatada de él en los años ´70. Un viaje a EE.UU en el cual le habían dado un auto para que llevará de una ciudad a otra, en ese recorrido le pasaron un sin fin de cosas. No paraba de hablar, se perdía en la historia. Algunos de los presentes se cansaban de escucharlo, no le entendían, se aturdían. A mí, a pesar de su verborragia desordenada, me generaba muchas ganas de escucharlo, me interesaba lo que contaba y hasta su estilo atolondrado.
Me acerqué, nos saludamos y me dijo "Estoy nervioso, no sé qué hacer. Faltan cinco días para que vuelva mi hija." Era la primera vez que compartía las vacaciones con su hija, del mes que estaban pasando juntos "la nena" se había ido esa semana con una amiga.
Empieza a hablar, como el día anterior, mucho, desordenado. Por momentos me cuesta entenderlo, seguir la idea de lo que dice. Voy armando en mi cabeza algunas de las cosas que voy entendiendo. Empiezo a acompañar sus movimientos mientras me va contando parte de su historia.
Vive en Buenos Aires, tiene un puesto de libros en Parque Centenario, lo comparte con su ex mujer. Se separó hace 10 años, desde entonces vive en diferentes hoteles de la zona.
Cuando su hija tenía 6 años, "la mamá de la nena" empezó hacer cosas que a él no le gustaban. El hijo de su mujer se mudó a vivir con ellos y, para acomodarse en el tres ambientes la mujer hizo que la nena duerma en el living y le dio el cuarto a su hijo. Esa situación hizo que decidiera irse. A partir de ese momento, empiezan unos años en donde la presencia de abogados y trabajadores sociales se hace cotidiana.
A medida que va hablando se angustia, se disculpa y sigue con el relato. Cuando termina de contar las peripecias de esos 10 años sin poder vivir con la hija dice, "igual, cuando cumpla 18 va a elegir ella, falta poco".
Yendo
Caminaba sin saber a dónde. El viento ensordecía su cara, no podía escuchar nada más que el ruido que hacía en sus oídos. Miraba las calles, las alturas, volvía a mirar el plano, tenía que preguntar. Los pies se hundían en la arena. Las piernas sentían el esfuerzo de caminar en contra del viento y en la arena floja. Le faltaban
Abuelos
Están juntos desde los 18 años, tienen 84. Caminan muy despacio tomados de las manos.
Nacieron en 1925, ella en Chivilcoy, él en Capital Federal. Sus abuelos fueron inmigrantes de España e Italia, ellos eran la segunda generación en Argentina. Él es el mayor de dos hermanos, ella tenía dos hermanos y tres hermanas, hoy son cuatro.
Ella hizo la primaria y a los 14 años se mudó a Buenos Aires donde empezó a trabajar como ayudante en una peluquería. Él termino la secundaría con orientación en eléctrica y su primer trabajo fue en
Se conocieron en un baile que organizaba un club del barrio, los dos tenían 18. Ella en ese momento trabajaba en una editorial, en el área de encuadernación. Él estaba por empezar el servicio militar.
Estuvieron de novios cinco años, el 12 de junio de 1948 se casaron. Ella a partir de ese momento empezó a trabajar como tejedora, tejía pulóveres en su casa y los vendía a diferentes boutiques. Él se inicio en la docencia en escuelas técnicas, su materia era taller de electrónica.
Sacaron un crédito y se compraron su casa en el barrio de Pompeya, en ese entonces sus calles eran de tierra.
En el ´50 nace su hija y en el ´55 su segundo hijo. En la casa de ellos, vivieron diferentes familiares en distintos momentos: los hermanos solteros, los padres de los dos, primero los de ella y después los de él. Los cuatro vivieron ahí sus últimos años de vida.
Ella con el nacimiento de sus hijos dejó de trabajar, se dedicaba exclusivamente a la casa y a sus hijos. Él dejó
En el ´73 se casa la hija y en el ´76 nace su primera nieta. A principios del ´77 se casa el hijo y para julio de ese año el matrimonio es parte de los desaparecidos de la dictadura militar.
Al año siguiente la hija y su familia se mudan a un pueblo en la costa. Ella empieza a formar parte de Madres de Plaza de Mayo. Su vida se organiza a partir de lo que hacían con ese grupo de mujeres enfurecidas. Él seguía trabajando en la imprenta y colaboraba con todo lo que estaba a su alcance.
En el ´79 nace su segundo nieto. Su hija y yerno licitan un balneario. Les proponen que lo trabajen ellos, de esta forma se garantizaban estar juntos 4 meses al año. Ellos aceptan, entre otras cosas tienen la ilusión que al regreso de su hijo el balneario pueda ser para él.
Pasaron 30 años, el balneario terminó. Ellos viven en Buenos Aires, la hija y la nieta también, el nieto se quedó en la costa.
Juntos siguen caminando, ahora muy despacio pero siempre de la mano.
Eva Chiesa
Marzo/Abril 2009
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