Diane Fossey

I have made my home among the mountain gorillas.

Gorillas in the Mist


Ricardo llegó tarde. Ya habíamos pedido algo para tomar. Todavía quedaban algunas mesas libres en El Faro. Fede nos estaba contando de su salida con la chica de contaduría y lo escuchábamos con interés fingido. Nos saludó casi sin mirarnos, en la mesa de la par un grupo de chicas festejaban un cumpleaños.

-Son cazadoras, tengan cuidado- dijo el Ciego señalándolas con el mentón, haciéndonos cagar de risa a todos –en serio les digo, no se rían, así era Mirta- agregó, y nos quedamos serios.

El Ciego no parecía recuperado después de lo de Mirta. Desde el momento en el que la conoció el tipo había cambiado, hasta que ella se fue de un día para otro, hace como seis meses. Nunca volvió a ser el mismo, ni en el trabajo, ni en su vida privada, recién ahora había aceptado salir con nosotros.

-Las minas son todas iguales- trató de animarlo Ricardo.

-¿Sabés cómo me di cuenta? Viendo un documental. Hay un insecto en África que se alimenta de termitas. Resulta que las termitas mezclan saliva y excremento con barro para hacer sus termiteros así que este bicho se cubre con esa mezcla,

-Que bicho de mierda- terció Fede mirando una rubia que se reía más fuerte que las otras.

-El tema es que las termitas son ciegas y no se dan cuenta cuando el bicho se acerca y se las va comiendo- volvió a la docencia el Ciego, empujándose los lentes con el dedo anular -Pero en realidad no se las come, en realidad se las chupa, les mete una especie de aguijón y les va chupando los órganos y las tripas y los sesos de a poco, mientras, la termita se sigue moviendo y se le acercan otras para ver qué le pasa, entonces el bicho deja a la termita seca y agarra otra. ¿Te das cuenta?

-¿De que?- preguntó Ricardo mientras se sacaba el carozo de una aceituna de la boca.

- De que el bicho se mete en el termitero, vive como una termita, las termitas creen que es una compañera o como se llame, pero el hijo de puta es otra cosa.

-Dejate de joder, Ciego, mirá como se está llenando esto de minas, pensá en otra cosa, tomáte mi fernet, yo pido otro- lo trató de animar Fede.

-Gracias- aceptó el Ciego –A lo que voy es a eso. Hay minas iguales, te chupan todo. No son como nosotros. Mirta, por ejemplo, no lo vi venir, cuando me di cuenta ya estaba atrapado.

-Claro- terció Ricardo –es lo que digo, son todas unas turras, la Bibi me gastó el aguinaldo en ropa para el casamiento de Caro. Ella cree que me lo regalan

-Te lo regalan, flaco, para lo que hacés en el laburo… -le palmeó la espalda Fede

-No entienden, lo que digo es que no son personas como nosotros, hacen algo para que nos confundamos, pero son distintas– el Ciego, viendo que los otros se trenzaban en su propia discusión, me agarró a mi -Es otra especie. Te consumen, te clavan un aguijón. Cuando vi el documental me quedé pensando y se me hizo todo muy claro.

-Nosotros vendríamos a ser las termitas y las minas son el bicho vampiro- le seguí la corriente, aburrido.

-Nosotros somos las termitas, pero entre nosotros están los bichos esos. Están mezclados con nosotros pero no nos damos cuenta, no podemos darnos cuenta

-Las minas entonces son vampiros.

-No boludo, cualquiera puede ser. Qué sé yo, puede ser una mina, tu jefe, un vecino, no sé. Lo importante es que vos no te das cuenta, no lo podés ver, no te riás, yo te estoy hablando en serio.

-A mí no me molesta que alguna de esas me chupe todo- volvió a la discusión el Fede indicando a la mesa de la par.

-La de rojo por ejemplo- agregó Ricardo.

-No me refiero a algo literal. Pero hay gente que te quita todo, te absorbe, te saca algo de adentro y cuando se van ya no sos el mismo. Puede ser un jefe, puede ser alguien cercano. No me miren así, es verdad. Pensá en los animales de África, hay una mina que vivió entre los gorilas como veinte años

-Ah sí, yo vi la peli, laburaba la misma actriz de Alien- le dije mientras le hacía señas al mozo levantando los vasos vacíos para indicarle que necesitábamos otra ronda.

-¿Entonces somos termitas o gorilas? –Ricardo se había perdido un poco.

-Mi jefe es medio gorila- insistía Fede, un poco más interesado en la charla viendo que la rubia no le daba bola.

-El mío es como el bicho de mierda, te chupa el cerebro el hijo de puta- agregó Ricardo mientras hacía lugar en la mesa para que el mozo acomodara el pedido.

-A lo que voy es que los Gorilas veían a la mina como uno más de la manada. En el cerebro de los gorilas no había diferencia entre ellos y la mina.

-Medio boludos los gorilas- agregó Fede mientras corría su silla hacia la mesa para dejar pasar un grupo que entraba al bar.

-No, que van a ser boludos si son los animales más inteligentes que hay- argumentó Ricardo, antes de levantarse para el baño.

-Tranqui flaco, no te des por aludido, el Ciego habla de otros monos- lo palmeó en la espalda el Fede.

-El tema es que inteligentes, o como sea, son animales- insistió el Ciego -y no se dan cuenta de que la mina es otra cosa. Lo que para nosotros es evidente ellos no lo pueden ver.

-Yo creo que los delfines son más inteligentes que los monos- agregó el Fede, un poco perdido con las elucubraciones del Ciego.

-El tema es que a los animales no les entra en la cabeza que la mina sea distinta que ellos, seguramente la ven distinta, o al principio capaz que no la aceptan, pero la mina es más inteligente. Se mueve igual que ellos, hace las mismas cosas y la terminan por aceptar. Lo peor de todo es que no necesita disfrazarse para que la acepten, se les mete en la cabeza de alguna manera hasta que los confunde o los engaña y queda mimetizada con el grupo.

-¿Cuál era la mina de Alien?- interrumpió Ricardo, que volvía del baño y empujaba la silla del Fede para que lo deje pasar.

-Sigorni uiver- le contestó Fede, contento de mostrar sus conocimientos.

-Entonces, imagínense alguien o algo más inteligente que nosotros que se quiera mezclar con nosotros –el Ciego no parecía molesto con las interrupciones –Imagínense que entre él y nosotros exista la misma distancia que hay entre nosotros y los monos.

-Bueno, no es tan difícil imaginarse un tipo más inteligente que Federico– dijo Ricardo apurando su Fernet y haciéndole señas al mozo para que trajera una picada.

-¿Las minas son más inteligentes que nosotros entonces?- preguntó el Fede tratando de entender algo.

-Si boludo, ¿no te diste cuenta?- le dije.

-No, lo que les quiero decir es que si alguien es lo suficientemente inteligente puede tomar cualquier forma.

-¿Las minas son camaleones?- Fede profundizaba su confusión.

-Ojalá, yo le pediría a la Bibi que se transforme en Pampita- agregó Ricardo.

-¡Pero no son minas!- explicó el Ciego.

-A un amigo le pasó- contó Federico, que siempre tenía una historia de esas –El tipo estaba embalado como tren japonés y resultó que no era mina…

El Ciego, por un momento pareció perder la paciencia y lo miró callado. Después suspiró y continuó, dirigiéndose a Ricardo y a mí. El Faro ahora estaba lleno, había gente parada apoyada contra las paredes, las luces comenzaron a bajar y la música a subir.

-Lo que quiero decir es que estos cazadores no son personas. Son algo distinto, parecen personas pero son algo más avanzado y por eso nos pueden engañar aparentando ser como nosotros. No me miren así, se parecen al boludo de mi sicoanalista, se la da de progre pero cuando le hablé del asunto me quedó mirando con esa misma cara de pelotudo.

-No te ofendás Ciego, pero ¿qué te fumaste?- le dije.

-Imaginate esos seres mezclados con nosotros, inteligentes, superiores, avanzados, que se nos meten en la cabeza aprovechándose de que no somos como ellos, de que no somos tan inteligentes. Nos observan, nos analizan, nos manipulan, nos sacan algo. Pueden hacernos lo que sea, como el bicho a las termitas.

Por un momento nos quedamos en silencio, cada uno con su trago, mirando a la gente. Al grupo de la par, a la rubia que se reía fuerte, a la de rojo.

-No les parece- dijo después de un rato el Ciego, acomodándose los anteojos.

-Qué te puedo decir- le contesté, levantamos los hombros y las cejas, con las palmas abiertas

-Pensá en los peces, por ejemplo. Toda su vida vivieron en el río, nunca salieron del río, lo conocen hasta la última piedrita, hasta el último rincón, saben dónde empieza y dónde termina. Creen que el río es el universo y que no hay nada más allá, pero ahí nomás está el pescador, pegado a ellos, no lo ven pero está ahí, y les pone la carnada frente a sus narices. A veces ni siquiera es lo que comen los peces, es algo que se le parece y los peces confiados lo muerden, muerden el anzuelo, ¿vos creés que se dan cuenta de lo que les pasó?

-La verdad es que me confundo un poco- admití.

-Yo también, no lo tengo muy claro- bajó la mirada el Ciego, como abatido –pero estoy seguro de que la analogía vale. No te digo que sea igual, pero sirve para hacerse una idea.

-¿Entonces son como un extraterrestre, como en hombres de negro? –preguntó Ricardo un poco en serio tratando de pinchar una aceituna.

-Algo así, creo yo. Pueden ser de otro lado o pueden ser de aquí mismo, de un lugar pegadito a nosotros pero distinto y que no podemos ver porque estamos limitados por los sentidos o por la inteligencia. Pero están mezclados, no están disfrazados, sólo nos confunden o nos engañan, no necesitan de ningún disfraz. Son mucho más pícaros que nosotros.

-Que loco –admití. El Ciego siempre había sido intelectual y ahora se le sumaba el trauma de Mirta.

-Y lo peor es que no se me ocurre qué es lo que quieren, capaz que sea como les digo, nos sacan algo que ellos necesitan. O tal vez quieren otra cosa, no sé, estudiarnos, conocernos.

-A los peces los pescamos para alimentarnos –argumentó Ricardo. –Cuando cazás un animal de un tiro, el bicho no sabe qué le pegó, no sabe qué lo está matando.

-También puede ser– contestó el Ciego –o capaz que hay un poco de todo. Hay cazadores, hay otros que nos estudian, están los que nos sacan algo y nos van matando de a poco como el bicho.

-Como el bicho de mierda- dijo el Fede.

-Como Mirta- agregó el Ciego. –Mientras estaba conmigo llegué a necesitarla tanto que no me imaginaba la vida sin ella, pero estar con ella era… no sé, no era bueno, me sacaba algo de adentro, de a poco, me quitaba todas las energías, me agobiaba.

-Era una mina absorbente -traté de explicar–, ¿era posesiva, no? Muy posesiva.

-No, era algo peor. No me podía separar de ella pero sentía que me estaba matando– dijo y se quedó callado un rato, mirando hacia afuera, mientras se mordía un padrastro. Luego de un rato agregó: -Me tengo que ir.

En silencio terminó su trago. Fede se acercó a las chicas de la par.

-Lo que no entiendo- le dije mientras se ponía la campera para salir –es que si Mirta era eso que contaste, te haya dejado, haya desaparecido así, de un día para otro. Porque como vos los describiste no te sueltan hasta matarte.

-No es tan literal, pueden matarte de muchas formas, hay personas que se suicidan o que no les quedan ganas de vivir, quedan muertas en vida.

-Pero vos no, Ciego, quedaste afectado pero no destruido.

-Claro, pero Mirta no pudo, yo me di cuenta viendo ese documental- agregó –no la dejé terminar, era ella o yo. No tenía alternativa.

-Entonces ¿no te abandonó, vos la echaste?

-No entendés, los cazadores no te dejan, no se van. No tenía alternativa – agregó mirándome fijamente, como buscando una respuesta de mi parte, o una aprobación tal vez –no tenía alternativa.

Se despidió y se fue.

Horacio Paz

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